En cada adiós se va un pedazo que se nos desprende, para partir con ese alguien que aquí ya no podremos abrazar jamás.
El consuelo es el recuerdo. El recuerdo, para que el olvido no cobre la segunda muerte.
En la cama: Nidos mudos, desolados, apagados. Ya cansados; quizá de tanto empollar y enseñar a volar...
En la mesa de noche: la lucha, el ancla, el bozal.
El que se bate en duelo entre la cama y la puerta. ¡Amalaya esa puerta!
En la puerta: la muerte. Esa que con su prestigio y sin apuros espera; sin complejos ni remordimientos.
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Mi abuela ya no quiere seguir cumpliendo años. Me lo dijo en diciembre; a un mes de sus 101 años. Si ella no quiere, yo tampoco quiero -me digo-. Solo pido que se vaya dormida y que no le duelan más sus huesos.
Apenas despierta por 10 segundos, me mira y sonrie... Me dice: -¡Carmen, estás aquí! y se vuelve a dormir. Al rato despierta y dice: -Carmen, no te vayas sin despedirte!-
Hoy confundió el sábado con el viernes, hasta que le enseñé el logo de mi uniforme y rectificó: -¡Hoy es viernes!- Alcanzó a decirme que le duele todo el cuerpo con dos lágrimas en sus ojos y se volvió a dormir.
Mañana sigo a su lado. Mañana vuelvo con ella. Mañana la vuelvo a ver. Ojalá me mire y diga mi nombre, que es el suyo.
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La figura de la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa.
Miguel De Cervantes Saavedra
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