La reversibilidad de la luna
disciplina a corazones lejanos,
y revuelve a los que pulsan cercanos
quizás por fatuidad o por fortuna.
Sus hilos de luz en forma de cuna
son un gran diván para los humanos,
sirven de coro luceros luganos
imitando voz de avecilla alguna.
Se colma de anhelos, risas y llantos
hasta que se llena en baño de plata,
un lobo al retiro le da serenata
mientras la marea desborda la playa,
la luna a lo largo en el mar se talla
para que el marino entone sus cantos.
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Por Carmen Teresa Macareño Aisse
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Si fuera un álamo, una luna, un dios luciente... Más sólo soy un hombre en la ladera, un hombre sólo, apasionadamente.
Vicente Gaos
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