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Autor: ANDRÉS ELOY BLANCO
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Por mí la flor en las bardas
y la rosa de Martí,
por mí combate en la altura
y en la palabra civil;
para mí no hay negro esclavo,
para mí no hay indio vil,
por mí no hay perro judío
ni hay español gachupín,
el bravo ataca el sistema
y respeta al paladín,
el Cid abre herida nueva,
no pega en la cicatriz
y es pura la niña mora
como las hijas del Cid.
Por mí, ni un odio, hijo mío,
ni un solo rencor por mí,
no derramar ni la sangre
que cabe en un colibrí,
ni andar cobrándole al hijo
la cuenta del padre ruin
y no olvidar que las hijas
del que me hiciera sufrir
para ti han de ser sagradas
como las hijas del Cid.
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Por mí la flor en las bardas
y la rosa de Martí,
por mí combate en la altura
y en la palabra civil;
para mí no hay negro esclavo,
para mí no hay indio vil,
por mí no hay perro judío
ni hay español gachupín,
el bravo ataca el sistema
y respeta al paladín,
el Cid abre herida nueva,
no pega en la cicatriz
y es pura la niña mora
como las hijas del Cid.
Por mí, ni un odio, hijo mío,
ni un solo rencor por mí,
no derramar ni la sangre
que cabe en un colibrí,
ni andar cobrándole al hijo
la cuenta del padre ruin
y no olvidar que las hijas
del que me hiciera sufrir
para ti han de ser sagradas
como las hijas del Cid.
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A pesar de estar debajo
de un olivo, el caballero
se colgó de algún lucero
porque de arriba lo trajo.
Dos docenas, un legajo
de aleccionadoras prosas,
que en cación serían hermosas
para arrullar a los niños,
o despejar con cariños
a las cumbres borrascosas.
~
Por Carmen Teresa Macareño
de un olivo, el caballero
se colgó de algún lucero
porque de arriba lo trajo.
Dos docenas, un legajo
de aleccionadoras prosas,
que en cación serían hermosas
para arrullar a los niños,
o despejar con cariños
a las cumbres borrascosas.
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Por Carmen Teresa Macareño
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