Eso somos al final. El fondo de un lago. Coleccionamos tropiezos, que se van cubriendo con el agua del tiempo, de la música y de las palabras escritas. Vamos hundiendo en el exilio, todas las omisiones, entre vocablos y melodías que narran fábulas y memorias. El color del agua no define la limpidez de su haber. Mientras menos puedas ver, más cosas hay que recitar y cantar.
Una duda, una laguna. Es un declive latente para sembrar tu caudal. No se trata de tapar, se trata de descubrir una forma de avanzar, dejando abajo lo estéril.
Todos caemos, eso es vivir... Pero los deslices pueden zozobrar con el romance para irse columpiando hasta el fondo, tras el dulce bamboleo de una rocola o de un vendemécum de ensayos y de poesía. O puede caer al vacío y dejar ver sus volcanes y su furia abrasadora.
Al principio, mi llanura se fue haciendo un descolgadero de llantos y desesperaciones. Pero mi savia hizo gala y me arrullé entre poetas y hechiceras de otros tiempos, de otros lagos. Bajo mi superficie, recopilo, además de lapsus con sus carapachos inaprovechables; las comparsas de mis predilecciones . No todo es malo en el amor. Siempre huelen a mandarina los recuerdos de los besos y gemidos. Algunas cosas son buenas en el dolor, porque se vuelven alimento para mis peces y cisnes. (Alimento: así es que yo llamo a veces, las gangas del nuevo día).
Lo único que tiene que llover para que se llene el lago, son las ganas de insistir. Lo único que habita sobre mi superficie, es un amor boguero, con sus remos y certezas de que el riesgo está en el viento, y siempre vuelve.
Yo elegí el fondo para la vergüenza, y la templanza para su apnea. Arriba todo fluye. Florecen los mangos, los naranjos. Entre lunas, sale el sol.
Mi lago en el fondo duele, pero se deja mimar.
Por Carmen Teresa Macareño Aisse
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Te levantarás como una ola tempestuosa en el río de mis versos, y no lavaré de mis manos las huellas de tu perfume. Aleksandr Blok
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