Por Laureano Marquez
Dicen que el aleteo de una mariposa en
Pekín puede producir un huracán en el Caribe. Mateo tiene 3 años y es mi vecino del piso de abajo, con el que juego cuando coincidimos en el ascensor o en planta baja. Mientras hablo de la situación del país con su papá, le estrujo esa incipiente cabellera que es dura como un cepillo y le digo: ” tú lo que eres es un piazo e ‘Mateo” y él se ríe. Esta semana, en el estacionamiento me encontré a la familia en pleno, maletas en mano y Mateo brincando feliz me decía: “¡Italia, Italia!”. El papá de Javier abrazaba a su hijo y a su nieto con un abrazo que me partió el alma, un despedida que me resultó evocadora, conocida, ancestral, de seres humanos que abandonan espacios que les resultan invivibles, dejando atrás vidas, historias y recuerdos. Es el sino de este tiempo en Venezuela: la diáspora. La verdadera “salida” ha venido a ser el aeropuerto internacional Simón Bolívar.
Desde qué se fue Mateo cargo un nudo en el espíritu: ya Shirley no me invitará a ver como rayó toda la pared de la cocina y tampoco me sumergiré en el mar de carritos de su cuatro a jugar con el 10 minutos que me saben a gloria y que “atesoro debajo de la almohada de mi niñez”. Mateo se fue feliz, pero ya no será de aquí. Aunque el no lo sepa, su vida cambio para siempre. No será la misma, tampoco la mía: ya no escucharé sus berrinches y los regaños de su madre. Tampoco el país será el mismo sin él, por mas que sea un cominito que no toma decisiones, ni tiene poder para convocar mesas de diálogo, la gran historia está hecha de pequeñas historias personales que se encuentran: hay un colegio al que no irá, una plastilina que se quedara sin amasar, un solecito sonriente que no calentará a mamá porque hace frío, una banderita menos de Venezuela con los colores saliéndose de las franjas un 12 de octubre en un salón de algún primer grado del futuro y del futuro de su futuro, porque hay una novia que no será besada, una boda que no se celebrará, un edificio que no será diseñado por él o un cuadro que no se pintará o una orquesta que tendrá otro primer violín que no es Mateo.
Quien sabe cuantos países diferentes vamos siendo en cada instante en las turbulencias del río de este tiempo. ¿Qué habríamos sido con Jesús Enrique o con Bassil vivos? ¿Cuántas historias hermosas han quedado tendidas en nuestras calles en estos días? El que dispara una bala asesina también construye un país, uno que no nos gusta, primitivo y cruel donde la riqueza de lo distinto no cabe. El aleteo de una bala en Caracas puede producir un huracán en el alma.
¡Ciao, Mateo, torna subito!
@laureanomar
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