Si yo hubiese sido Louise Colet le habría escrito a su amante Gustave Flaubert, así:
Ven y apaga mi calor
en nuestra próxima vez,
aquel rubor de mi tez
lo vendí con el pudor.
A cambio dame tu amor,
el que deseo con ansias,
me inmaculan las distancias
y muero por re-estrenarme,
en tus brazos y embriagarme
de tu elixir y fragancias.
Subirás hasta mi loca
boca que siempre te espera,
esa que por ti se esmera,
se deleita y se sofoca.
Ven, la soledad trastoca
mis sentidos y las ganas,
tus palabras tan lejanas
hacen un hueco en mi pecho,
sin tu calor, ya no hay lecho
y son grises mis mañanas.
Te esperaré aquí amor mio
para volver a volver,
y asi en tus ojos vencer
a este pernicioso hastío.
(Carta de amor de Flaubert a su Musa Colet:
Te cubriré con amor la próxima vez que te vea, con caricias, con éxtasis. Deseo atiborrarte con todas las alegrías de la carne, de modo que te desmayes y mueras. Quiero que seas sorprendida por mí, y para que te confieses a ti misma que nunca siquiera habías soñado con tales transportes… Cuando seas vieja, quisiera recordaras estas pocas horas, yo quisiera que tus huesos secos temblaran con alegría cuando pienses en ellas.
Agosto 15 de 1846
Gustave Flaubert a su esposa Louise Colet.)
El amor, después de todo, no es sino una curiosidad superior, un apetito
de lo desconocido que te empuja a la tormenta, a pecho abierto y con la
cabeza adelante. Gustave Flaubert
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